31 de diciembre de 2008


En cuanto entré a esa gris Secretaría, lo primero que captó mi atención fue una indígena que en tenía en su falda las frutas de México en los colores más vivos que he visto. No me fijé en más detalles ni tampoco en los caballetes que estaban en la parte baja del mural, pero definitivamente me gustó.

Cinco horas después y luego de escuchar un teléfono sonar más de 20 veces, mamá me dijo que iríamos a comer con alguien y yo pensé que se trataba de uno de sus “interesantes” compañeros de trabajo. En eso estaba cuando entró una señora ya grande con acento chileno. Era la autora de toda esa obra que homenajeaba a La Patria y que forma parte de los festejos del Bicentenario.

De haber sabido que me encontraría de frente con Carmen Cereceda habría llevado mi cámara y mi grabadora, pero bueno, yo qué iba a saber… Nos regaló un CD con las imágenes con todo lo que ha hecho: murales en San Miguel de Allende, Toronto, La Habana, Antofagasta y finalmente cuadros varios y retratos.

Me explicó que cada uno de sus murales era un homenaje a algo o alguien. Puede ser a las artes y la cultura misma, a la medicina y hasta a los salitreros de su país. En el caso de los otros cuadros, eran más bien cosas que se le ocurrían y con los retratos se trataba de realismo mágico. ¿Por qué? Porque cuando entrevista a sus retratados hace de psicóloga y rodea de simbolismo a las personas.

Para seguir con lo mismo, fuimos a “Los Candeleros”, una hacienda del siglo XVII en la que los platillos son recetas antiguas, tan antiguas como la historia de la niña Melisa. Ahí la maestra Carmen nos platicó que había convivido con Pablo Neruda y nos contó cosas que muy pocos saben sobre él, como lo de su novia india y las tres preguntas que todo aquel que presume demasiado debe saber: ¿En dónde mueren los pájaros? ¿En dónde se fabrican los organillos? ¿Quién pinta los barquitos del maní?

Yo estaba fascinada con todo lo que decía. Nunca me hubiera imaginado que tendría la oportunidad de comer con alguien que estuvo en contacto con mi poeta favorito y encima se ofreció a enseñarme arte (¡¡¡!!!). Siguió hablando y descubrimos que también había conocido a Siqueiros y a Rivera, ¡qué impresión! Creo que no tengo cómo describir lo que significó estar con la maestra esa tarde, pero eso hace que mi viaje a esta fría ciudad valga la pena. Ya decía yo que la vocecita que me dijo que viniera no estaba equivocada.
*Espero subir imágenes más decentes para esta entrada pero ya saben cómo es el tiempo...

2 comentarios:

Sayuri dijo...

Y lo único que hay en mi mente es un gran WOW! ... no tengo nada más que decir.

Nicanor Arenas Bermejo, palabrista dijo...

Espero las imágenes con ansia y desesperancia. ¿Y cómo está eso, que no llevabas cámara y grabadora? Es casi una blasfemia.

Saludos desde la hoguera